Abril 2024
Querida persona lectora, gracias por estar aquí de nuevo. En el texto anterior las preguntas no dejaron de bailar y espero que esta vez la luz del reflector recaiga en una búsqueda de respuestas.
Creo que a lo largo de nuestra vida toca lidiar con experiencias que nos desencajan y que en ocasiones nos sentimos encapsuladxs por la angustia de la incertidumbre, por la herida de la tristeza o por una invisible soledad. Previamente, te narré de forma barroca la vida de Mary pero ahora quisiera alistarte orgánicamente diversas situaciones a las que se enfrentó: creció sin su madre pues esta falleció a pocos días de darla a luz, vivió en una familia inestable debido a las deudas de su padre y su nuevo matrimonio, recibió una educación limitada, se enamoró románticamente, perdió a dos de sus tres hijos y encaró un rechazo sistemático en el entorno profesional. Al escribir lo anterior, siento que me encamina hacia varias correspondencias entre Mary del siglo XIX y nosotrxs del siglo XXI. Varias cosas resonaron conmigo y probablemente también contigo. Para ejemplificar me gustaría pisar tierras un poco más íntimas, en especial el tema de la familia y el amor en pareja.
Mis padres se separaron cuando yo tenía ocho años. Tuve el enorme privilegio de no ser testigo de peleas o gritos y, actualmente, tengo una relación muy cercana con los dos. Tal vez podrás pensar que mi situación no se acerca a la de Mary porque afortunadamente mi mamá sigue viva y mi papá no le debe al banco. Sin embargo, en donde sí coincide es en el tema del hogar seguro. Yo no tuve esa noción pues sentía que no pertenecía a ningún lugar y que era abrazada por el silencio de mis padres. No les juzgo, pues si para nuestra generación es complejo ser vulnerables y tener pláticas incómodas, seguramente para ellos lo fue más. Los dos intentaban reconstruir sus propias vidas y a lo mejor no consideraron que yo también necesitaba herramientas para reconstruir la mía. Al igual que a Mary también me tocó preparar mi equipaje, ir de un lado a otro y sentir que era una extranjera en mi propia casa.
En cuanto al amor e hilándolo con el tema de la familia, supongo que de forma instintiva buscaba en mis parejas un sentido de protección. Con mi primer novio esto no fue un problema tan mayúsculo pues tanto él como yo estábamos aprendiendo y descubriendo que significaba tener una relación de pareja. La dificultad estuvo cuando aposté por el amor romántico en un segundo noviazgo. Pero antes quisiera contarte un poco de cómo se conocieron Mary y Percy Shelley. Él estaba muy interesado por las ideas radicales de William Godwin (padre de la escritora) lo que lo llevó a visitarlo frecuentemente y por ende, que Mary y Percy se conocieran. El contacto frecuente y la coincidencia de perspectivas hizo que ambos sintieran atracción. Percy le ofreció a Mary irse con él a recorrer el mundo a pesar de que el poeta estuviera casado y próximo a convertirse en padre. Para ser sincera, no sé si Mary aceptó la propuesta porque significaba alcanzar una idea de libertad que sólo podría alcanzar con él o porque su “amor” era tan fuerte que aceptó muy a costa de las circunstancias.
Yo también tuve a mi Percy. Estuve a lado de alguien que me atraía por su pasión ante la vida. Mi “deseo” de tener pareja era tan fuerte que pase por alto situaciones que terminaron siendo muy dolorosas. Desde un inicio no me vio como lo que era sino por lo que su contexto y su propio criterio le decía que tenía que ser: una mujer católicamente servicial y amorosa. Una mujer dispuesta a sacrificar su tranquilidad aunque hubiera celos, gritos e ira. Incluso recuerdo que la primera vez que lo llevé con mi familia se enojó porque no me levanté a servirle de comer. Todo esto estaba delineado por un sentimiento de insuficiencia física, intelectual y sexual. Recuerdo que su familia no me aceptaba. La de su papá, porque no era tan bonita y no tenía tanto dinero. La de su mamá, porque no creía tanto ni en dios ni en el diablo. Y en cuanto a él, fue recibir comentarios como “sí te recomiendo que leas más” cuando no llegaba a saber algo, o “¿Por qué no ves videos? Ahí te enseñan cómo moverte” (sexualmente hablando) y burlarse porque quería empezar a hacer ejercicio. Y una vez más, me parece que el pasado sigue siendo el rastrillo que ara el terreno de lo presente. Mary tuvo abusos en su relación, pues Percy coqueteaba frente a ella e instaba a Mary a coquetear con otros, a lo mejor sin saber si ella deseaba hacerlo. La empujaba a hacer más y más como si la estuviera explotando a nivel intelectual. Y al final fueron conductas normalizadas y reforzadas por el momento histórico, al grado que Mary tuvo que firmar su obra maestra con el apellido de Percy ya que de lo contrario no la hubieran publicado.
Dado lo anterior, pienso que el pasado y el presente se siguen tomando de la mano. Y que varias situaciones por las que atravesó la escritora las seguimos palpando. Su historia se reflejó en la mía en cuanto a temas familiares y de pareja, pero creo que bien podría manifestarse en la vida de aquellas mujeres que, por ejemplo, han abortado, han perdido hijxs a causa de la violencia, han sido imposibilitadas de crecer en su trabajo o han crecido sin su madre o padre. Y tan es así que Marina Hernández, escritora de este siglo, retrata lo siguiente en su poema largo Estudio de aves en vuelo (2023):
Puede que nosotras, mujeres, seamos las únicas en hablar de los nacimientos y de la muerte de lxs hijxs. Las únicas en hablar de la soledad profunda frente al otro que observa.
Finalmente, hemos hablado de las correspondencias entre Mary y nosotrxs, sin embargo, ¿Habrá algo que sí sea diferente respecto a su historia y la nuestra?
Tal vez en la siguiente y última entrega podemos averiguarlo.
Gracias por estar aquí.